El shock de la perdida

Domingo en la tarde, 19:00 hrs. Me siento en el living de mi casa a ver la película “My Girl”, traducida al español desafortunadamente como “Mi primer beso”.  

Dirigida por Brian Grazer, narra las aventuras de un niño y una niña que se dedican a hacer travesuras propias de su edad (tienen aproximadamente 10 años), al mismo tiempo que comienzan a vivir sus primeras experiencias adolescentes. Pero este no es el aspecto de la película que quiero destacar.

Por el final de la película, Thomas (Macaulay Culkin) va en busca de un anillo que pierde su amiga Vada (Anna Chlumsky) en el bosque. Cuando lo encuentra en el suelo, aparece un número significativo de abejas y comienzan a atacarlo, Thomas muere en pleno rescate del anillo.

Finalmente, el funeral se realiza en el living de la casa de Vada quien, aún en shock por la muerte de su amigo, no se hace presente en la ceremonia hasta la mitad de la escena. Acongojada y sin entender lo que está pasando, baja las escaleras, se acerca al ataúd y se larga a llorar, en medio de esto comienza a hablarle a su amigo muerto: “¿quieres trepar el árbol Thomas?, está lastimado, ¿dónde están sus anteojos?, ¡él no puede ver sin sus anteojos!”

Vada, que siempre estuvo obsesionada con la muerte (su padre vende ataúdes), no puede sentir ni entender que su mejor amigo ya no estuviese en este mundo, entre lágrimas y sollozos, negaba cualquier posibilidad de perderlo. Es que la ausencia de quienes amamos duele tanto, sea porque ese alguien nos deja físicamente o bien porque una relación se quiebra.

Lo que le pasa a la protagonista de esta película se conoce como “negación” o “evitación”, es una de las primeras etapas del duelo, que va acompañada del shock inicial, es el momento donde se detiene el tiempo y una intensa sensación de amargura y angustia nos invade cuando nos dan la noticia que esa persona que amamos ya no está con nosotros.

La inevitable experiencia de negación, sentir y creer que aquella horrible noticia es un error, una mala broma de la vida, una “talla” de alguien para hacerte pasar un mal rato y reírse de ti: “es broma”, “esto debe ser un error”, son las principales manifestaciones de una reacción afectiva que, de manera natural, experimentamos para amortiguar el dolor que se nos viene. 

Y así podemos pasar días, meses, incluso años, en que nos cuesta entrar en la siguiente etapa: la aceptación, que tanto duele, pero al fin y al cabo libera, permite avanzar.

¿Por qué evitamos?, es una gran pregunta, creo que desfocalizamos el dolor de nuestra conciencia por que, en una primera instancia, nos resulta intolerable, por lo tanto, el shock es necesario, anestesia el dolor que está por venir. 

Por más que “nos preparamos para terminar una relación o esperamos la muerte de un ser querido”, nunca estamos realmente preparad@s, toda experiencia de perdida es nueva y esta novedad hace que cada dolor sea único.

Evitamos voluntaria o involuntariamente y por diversos motivos, pero llega un momento en que la vida nos obliga a aceptar y a experimentar un dolor a veces, muy fuerte, debemos procurar no quedarnos estancados en el shock.

Rodearse de amistades y familiares, compartir el sufrimiento generado por una perdida ayuda mucho a vivirla de un modo armónico, como sabiamente dicen por ahí: “pena compartida, es media pena”.

Si el dolor de la aceptación se vuelve insoportable y la negación sigue instalada en tu mapa psíquico, entonces pide ayuda profesional, un buen amigo psicólogo me dijo: “las personas nos sanamos a través de un vínculo” y que mejor que ese otro que te sana a través del contacto humano, sea alguien bien preparado en el área de la psicoterapia.










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